lunes, 6 de diciembre de 2010

Il buono, il brutto, il cattivo

¡Por fin lo tengo en mis manos! La película "Il buono, il brutto, il cattivo" está descatalogada en grandes almacenes, eso era muy jodido ya que forma parte del Olimpo del Cine. No obstante, el periódico, cosa que no quiero publicitarle, no es egoísmo pero, simplemente, no quiero y ya está, regalaba una película por cada sábado una película del western y tocaba "Il buono, il brutto, il cattivo". No me lo creí al verlo...

Era un sábado... un simple sábado... difícil de olvidar ese día porque la película invadía mi casa y mi pensamiento, lo único que quería hacer es reproducirla ipso facto y disfrutar del buen cine. Enorme Sergio Leone, magistral Ennio Morricone, desconocido y sorprendente EliWallach, joven y prometedor Clint Eastwood, frío y temible LeeVan Cleef. Un reparto de lujo.
Qué caratula más fea la derecha, y es la misma en mi DVD...


















¿Qué es lo que tiene esta película? Muchísimo. Además esta película, para Tarantino, es la mejor de la historia del cine. Se nota su influencia en sus películas. Yo no sabría describir lo magistral que es este filme pero muchos sí lo saben, a continuación pondré las mejores críticas votadas por los usuarios de FilmAffinity, red social sobre cine, dió un 8.2 la peli.
Mi película favorita de mi director favorito protagonizada por mi actor favorito. No puedo pedirle más. El mejor western jamás filmado. Obra maestra indudable. Y todo ello, no siendo más que lo que era el cine del genio italiano: una ensalada de tiros.

A esta película es muy difícil buscarle fallos. Es un compendio de virtudes que van desde la dirección, hasta la interpretación, pasando por la fotografía, y cómo no, la música. Todo ello pasando por la parte más elemental del cine de Leone: la ambición desmesurada por el dinero. Este es el epicentro de un guión genial: encontrar un tesoro cueste lo que cueste, sin importar a qué o a quién hay que matar.

Sus personajes son una especie de estereotipación de los clásicos protagonistas de los westerns, sólo que aquí la línea que separa a uno de otro nunca está clara. El bueno mata, el feo mata, y el malo mata. Como todo personaje leoniano, estos tres se guían por el instinto humano de supervivencia, o ellos o él. Quizás con respecto a sus otros westerns, observamos una diferencia con el personaje de Tuco. Mientras Sentencia y Rubio viven el presente, puesto que no tienen pasado ni futuro, conforme pasa la película, nos damos cuenta de que tiene unos demonios interiores que despierta su hermano, el monje Pablo Ramírez. Un pasado trágico que fue lo que le condujo a ser un pendenciero. Y realmente, el propio Tuco es quien se gana las simpatías del espectador por su carácter bufonesco: "Me gustan los tipos grandes como tu, por que hacen mucho más ruido cuando caen "

La película es también una ácida crítica a la guerra. Tanto unionistas como ocnfederados son presentados como vulgares maltratadores, y cabe destacar el papel de Sentencia, como soldado unionista. presentados siempre como los buenos, pero que aquí son meros maltratadores. Una escena particularmente bestial es cuando Tuco y Rubio van por el desierto y ven muchos cadáveres, y dice Rubio: " Cuanto muerto por nada ", dejando claro que para él lo único que importa es el dinero.

Algo que dice Tarantino acerca de esta película es que la escena del duelo es la mejor dirigida de toda la historia del cine, algo que comparto con él. Durante 3 minutos, únicamente vemos a 3 hombres mirándose, con nerviosismo, miedo o la más absoluta frialdad, todo con un montaje perfecto. Hasta que todo se resuelve con un mero disparo. La música de Morricone es genial durante toda la película, pero particularmente en el duelo final adquiere un ritmo casi hipnótico.

El mejor western jamás realizado, aunque sea odiado por lo más clasicistas.


El rubio (Clint Eastwood, ‘el bueno’), Tuco (Eli Wallach, ‘el feo’) y Sentencia (Lee Van Cleef, ‘el malo’) forman parte desde hace mucho tiempo de ese particular Olimpo del spaghetti-western en el que habitan, entre otros, por tipos tan duros como Harmonica, Frank, Cheyenne, Django o el Chuncho.

Leone los concibió personalmente y como si de ‘Saturno devorando a sus hijos’ se tratara, intentó sacrificarlos en los títulos de crédito de “Hasta que llegó su hora”. Por suerte o por desgracia, fracasó en su empeño.

En su lugar murieron Jack Elam, Woody Strode y Al Mulock. El bueno, el feo y el malo sobrevivieron y cuenta la leyenda que su espíritu perdurará eternamente en el desierto de Almería.

El gran Sergio clausuraba con esta obra maestra su trilogía del dólar antes de darle un sublime carpetazo al spaghetti con una peli, si cabe, aún mejor: “Hasta que llegó su hora”.

Nunca me cansaré de ver esta auténtica lección de cine. Porque lo tiene todo. Absolutamente todo.

El italiano nos coge de la pechera y nos hace morder el polvo desde el primer momento. Nos pone a prueba con esos dilatadísimos silencios. Con ese ritmo ceremonioso. Nos obliga a escuchar el tintineo de las espuelas, el ulular del viento del desierto, el áspero raspado de un fósforo. Y si nuestro corazón aún no palpita lo suficiente, si aún no nos sudan las palmas y no se nos eriza el vello de puro pánico ante el careto de Sentencia, ahí interviene Don Ennio. Morricone es un monstruo y su música nos hace levitar corroborando la tremenda importancia que tienen los códigos extracinematográficos, habitualmente ninguneados ante la poderosa hegemonía de la imagen.

Su banda sonora es tan genuina y magistral como esos primerísimos planos de rostros sudorosos y mal afeitado, como la inimitable liturgia de un duelo, como la violencia explícita que exuda cualquier partitura leoniana. Ni más, ni menos.

Tal vez los tres tenores de Leone no posean la complejidad y la riqueza psicológica de Harmonica, Frank o Cheyenne, pero muy pocas veces tendremos ocasión de ver juntos a tres auténticas aves rapaces del western, tres legendarios fantasmas capaces de mantener el espíritu del spaghetti hasta el fin de los días.

Sencillamente irrepetible.

Última entrega de la espléndida trilogía con que Leone dicen, reinventa el concepto del cine del oeste a mediados de los sesenta, y a la que debemos el nacimiento del soberbio trio de profesionales, (actor, director, compositor) que juntos primero y cada uno por su lado más tarde dejarían una imborrable huella en la historia de la cinematografía. Pese a las dos horas y media de duración al film no le sobra ni un solo fotograma. Todo el está salpicado de humor negro, (generalmente de la mano del magnífico Eli Wallach), miradas capaces de hablar por si solas, momentos de acción y comentarios ingeniosos; y aun así tiene tiempo suficiente para retratar el drama de una guerra de secesión, donde la miseria moral, se reparte a partes iguales entre yankees y sudistas. La cinta está llena de planos generales bellísimos, textura de época, estética detallista, y una fotografía de primer nivel; si a esto le sumamos la inmortal partitura de un Morricone en estado de gracia, vamos entendiendo el porqué un western tan distinto, aparece junto a los de monstruos como: Ford, Hawks, Mann, o el propio Eastwood. En contadas ocasiones se ha visto que una banda sonora haga crecer tanto a una película como en el caso que nos ocupa; el grado de complicidad y de conocimiento entre estos dos talentos (Leone, Morricone) desde que fueran compañeros de colegio, es la baza que más juega a favor de esa circunstancia. El tema principal ya es él solito sinónimo del Western por excelencia. La originalidad del arreglo final, mezclando el estribillo clásico con el graznido de los cuervos, (en clara alusión al carácter carroñero del trío de personajes principales), demuestra el nivel de matices al que es capaz de llegar el maestro romano. Aunque catalogado de western, el film trasciende sin embargo esa frontera; la proyección que Leone da a la historia, la convierten en uno de esos clásicos intemporales de notable influencia para nuevos creadores. Basta recordar la secuencia del duelo a la mexicana, obvio homenaje posterior de Tarantino a uno de los finales mejor filmados de la historia del celuloide.
Magnifico. Estas críticas son suficientes como para apreciar y valorar esta influyente, casi perfecto, original película. Pero voy a añadir lo que no han añadido las anteriores críticas: el tgran de la fotografía y el lugar de rodaje, en su mayoría se rodó en Almería y en alguno lugares de España, como en la escena final, se rodó en Burgos. Aquí y aquí os informará sobre los lugares que rodaron.

No tiene precio esta foto, un guardia civil con Van Cleef y Eastwood

Por último, escena final de la película. No miréis si no visteis antes la película.



Fdo. Manu, sin palabras al ver la película.

Biografía de Enrique VIII

Enrique VIII. Responsable del cisma anglicano. Retrato Henry VIII: La vida de este rey de Inglaterra, conocido, sobre todo, por haber tenido seis esposas y haberse erigido como cabeza de la iglesia anglicana, es el hilo argumental de la serie "Los Tudor", que se emite actualmente en TVE.
Enrique VIII nació el 28 de junio de 1491 en el Palacio de Placentia, en Greenwich, al sur de Londres. Fue el tercero de los seis hijos del rey Enrique VII de Inglaterra y de Isabel de York. Además de él, tres de sus hermanos sobrevivieron a la infancia: Arturo, príncipe de Gales, Margarita y María. Con tan sólo un año fue nombrado condestable de Dover y lord protector de los Cinco Puertos, a los 3, recibió el título de duque de York y a los 4, ya era gobernador de la frontera septentrional y caballero de la Orden de la Jarretera.

Fue el segundo rey de la dinastía Tudor fundada por su padre, Enrique VII, después de la victoria de la Guerra de las dos Rosas (1455-1485). El primogénito de los hermanos era Arturo, heredero al trono, que se casó con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos y tía del emperador Carlos I de España y V de Alemania, una boda pactada para crear una unión entre Inglaterra y España. En 1502, falleció tras contraer unas fiebres y Enrique, de 11 años, regordete, de mejillas rojizas, culto y muy sensible se convirtió en el heredero. Para asegurar de la continuación dinástica y perpetuar la alianza entre España e Inglaterra, le ofrecieron como esposa a la viuda de su hermano, que obtuvo una dispensa del papa Julio II que demostraba que aún era virgen. El futuro rey nada tenía que ver con el resto de monarcas europeos, ya que dominaba el latín, recitaba en verso, escribía poesía, le encantaban los torneos y disfrutaba a lo grande de las mascaradas.

A pesar de su gran sensibilidad para las artes, en cuanto subió al trono, demostró en más de una ocasión ser un hombre carente de escrúpulos. Finalmente, el 11 de junio de 1509, se casó con Catalina de Aragón y, nueve semanas después, la muerte de su padre, fue proclamado rey de Inglaterra en la abadía de Westminster. De los seis embarazos que tuvo Catalina, tan sólo sobrevivió uno de sus retoños, una niña llamada María, que nació en 1516.

El rey estaba preocupado por la sucesión al trono que, tras los abortos de Catalina o el fallecimiento a las pocas semanas de otros bebés varones, empezó a cortejar otras damas de la corte como María Bolena o Bessie Blount en busca de un heredero. Fruto de su relación con Bessie nació un niño llamado Henry Fitzroy (que significa hijo de rey), pero, desgraciadamente el pequeño murió a los 7 años. Consciente de que Catalina no podía darle el varón que ansiaba, quiso anular su matrimonio y contraer nuevas nupcias ya que se había encaprichado de Ana Bolena, hermana de su amante. Enrique VIII apeló al Vaticano alejando que la dispensa obtenida en su momento carecía de validez, puesto que Catalina había mantenido relaciones con su hermano fallecido Arturo. Pero el papa Clemente VII se negó a la anulación y Enrique protagonizó el cisma que significó la definitiva separación de la iglesia de Inglaterra de la de Roma.

De esta manera, el rey se convirtió en la cabeza de la iglesia anglicana, disolvió los monasterios y dejó de entrever el diezmo a Roma. Se casó con Ana Bolena en secreto y, el 7 de septiembre de 1533, nació su hija, Isabel, que sustituyó a su hermanastra María de la línea de sucesión al considera esta última hija ilegítima tras la anulación del matrimonio de sus padres. El rey estaba bastante enojado porque necesitaba un varón y, como Ana no se lo daba, se deshizo de su esposa acusándola de adulterio, por lo que fue sentenciada a muerte y decapitada el 19 de mayo de 1536.

Enrique VIII era un gran bailarín, disfrutaba tocando el laúd, tenía buena voz para el canto y le encantaba presumir ante las mujeres de su fuerza y musculatura. Cegado por el poder, se convirtió en un rey despótico que sembró el terror en toda la corte. De hecho, entre 1535 y 1543, acabó con la independencia del País de Gales, que anexionó a Inglaterra y se entronizó como rey de Irlanda.

Las seis esposas del rey
A pesar de su aspecto físico poco agraciado y cada vez más orondo, tuvo mucho éxito entre las mujeres. Tras cortejar a una doncella llamada Jane Seymour, se casó con ella tan sólo 11 días después de la ejecución de Ana, y, el 12 de octubre de 1537, su tercera esposa dio a luz al hijo tan deseado a quien bautizaron con el nombre de Eduardo VI. Tan sólo 12 días después del alumbramiento, Jane murió a causa de una fiebre puerperal y el rey se aferró más al poder. Aprobó severas leyes como la Buggery Act, que condenaba sodomitas a la horca, o la Witchcraft Act, según la cual las brujas se quemaban en la hoguera y a los mendigos se les cortaba una oreja o se les ahorcaba si reincidían.

A medida que pasaban los años, el carácter de Enrique se volvió más agrío, era una persona despótica que seguía engordando sin parar. Todo ello no pareció importante a su cuarta esposa, la protestante alemana Ana de Cléveris, a quién elegió tras haberla visto en un cuadro y con quien se casó a la semana de conocerla personalmente. Sin embargo, seis meses después de la boda llegó la anulación porque no se entendían y Ana, que no puso ningún impedimiento, salvó al vida y obtuvo el título de "hermana del rey", permitiéndose vivir en la ex residencia de la familia Bolena. En 1540 se casó pro quinta vez con Catalina Howard, una prima de ana Bolena que, durante sus dos años de matrimonio, flirteó con antiguos novios y nuevos pretendientes. Este hecho motivó que se anulara su boda y, al igual que su famsoa prima, fue decapitada en la torre de Londres de 1542.

Con 52 años, un gran sobrepreso (su cintura llegó a medir 137 cm), enfermó de sífilis, con secuelas de escorbuto y las piernas tan hinchadas que a duras penas podía caminar, Enrique aún tuvo fuerzas para casarse con Catalina de Parr. Como el rey estaba tan enfermo, Catalina tomó algunas decisiones transcendentales, entre ellas, que sus dos hijas se reconciliaran con su padre, llegando a estar en la línea de sucesión por detrás del príncipe Eduardo. Finalmente, el 28 de enero de 1547, el rey falleció a causa de la sífilis y fue enterrado en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, al lado de Jane Seymour, a quien él mismo consideraba "mi verdadera esposa". Los tres hijos de Enrique VIII reinaron en Inglaterra, Eduardo VI (1547-1553), María I (1553-1558) e Isabel I (1558-1603). La vida de los Tudor se puede ver en TVE en la serie homónima protagonizada por Jonathan Rhys-Meyers.

Imagen de la serie "The Tudors"

Fdo. Manu, con ganas de ver las siguientes temporadas de "The Tudors".